La gente normalmente piensa que los perros y los gatos se odian, que son incompatibles y que juntarlos es provocar una pelea entre ellos que desembocará en un tragedia.
Me gusta mucho observar a la gente cuando les explico que en realidad el origen de esa fama se debe a un “simple” problema de comunicación entre especies. Lástima que no pueda ver la cara que tú acabas de poner en este momento…
Lo que ocurre entre los perros y los gatos es que hablan un lenguaje completamente distinto. Obviamente no me refiero a “hablar” en el sentido vocal que nosotros entendemos (he aquí otro factor que da pie a un malentendido entre ellos y nosotros – ahora hablaremos de ello). Aunque no emitan palabras ni articulen discursos completos, ambos usan un lenguaje que se centra en su postura corporal (cabeza, lomo, patas y rabo), los microgestos de sus rostros (ojos, “bigotes» o vibrisas y orejas), los sonidos guturales que emiten y las hormonas que segregan. Todo esto transmite una “energía” concreta que le da pistas al otro individuo para interpretar si éste siente miedo, inseguridad, alegría, tristeza o indiferencia.
Pero si entre ellos sí que perciben esas señales, pues es su lenguaje, ¿por qué se odian los perros y los gatos?, dirás tú. Pues bien: para comenzar, los perros y los gatos no se odian; ¡¡es sólo que hablan un lenguaje distinto!! Como animales de caracteres particulares, lo que un perro interpreta como interés un gato lo puede interpretar como desafío. Y si el perro tiene un gran interés en un gato y se aproxima de manera apresurada, el gato lo interpretará como un ataque y en ese preciso momento se desatará la caza: el perro perseguirá y el gato huirá. No sabrán por qué, pero lo harán. Incluso es posible que lo tomen como el modo habitual de interactuar y lo conviertan en un ritual entre especies.
[Nota: olvídate de los casos en los que un perro protege su casa de un gato intruso; ahí estaríamos hablando en otros términos]
¿Cómo se resuelve eso? En contra de lo que piensa mucha gente, los gatos son los que marcan las pautas de su relación con los perros. Si un gato aprende a “hablar” el idioma de los perros, no malinterpretará su entusiasmo y mantendrá la calma ante un perrito que lo único que siente es curiosidad por él. En cuanto el perro aprenda – a base de algún zarpazo que otro – cuáles son las condiciones del trato entre ambos, todo irá como la seda. Tendrán que aprender a jugar juntos, pues también tiene una visión distinta del juego. Y cuando ambos respeten los límites, lo más probable es que se hagan amigos, se intercambien incluso mimos y se busquen para acurrucarse juntos.
Como ves, es una cuestión de comunicación. Hay que aprender el lenguaje que entiende el otro para poder comunicarse de manera efectiva. Los animales no pueden hacer uso de las palabras, por eso han desarrollado una mayor sensibilidad a los microgestos y a la comunicación no verbal en general. De ahí que haya humanos que aseguren que su perro les entiende perfectamente y que no les hace falta ni hablar porque se hacen entender de manera eficaz. Son listos: ellos han aprendido a «hablar humano” porque sacan un beneficio. Nosotros somos más cómodos y no nos paramos a pensar que estamos relacionándonos con un perro; nos es más fácil fingir que son pequeñas personas peludas y que si se portan mal es porque son desobedientes. Y de nuevo, esto es un problema de comunicación. Si recordáramos que son perros y nos molestáramos en intentar entender cómo funciona su mente, quizás nos ahorraríamos unos cuantos destrozos y alguna que otra lamentable situación de abandono.
¿Que por qué te cuento hoy todo esto? Que me apasionan los animales no es ningún secreto, pero te aseguro que no es por eso… Piénsalo: ¿cuántos malentendidos, zarpazos y mordiscos – humanos o animales – te habrías ahorrado si hubieras hecho el ejercicio de ponerte en la piel del otro para encontrar la manera de aclarar los malentendidos y de dar juntos con un lenguaje que ambos entendierais? Ahí lo tienes.